Un arroyo paseaba
con su muy lento caminar,
y así, por su escasa agua
era muy fácil de cruzar.
Dos ancianos lo cruzaban
cuidando de no resbalar,
cogiditos de la mano
y tanteando el pedregal.
¡Ten cuidado,! se decían
y los pies firmes ponían.
De pronto, uno resbaló
tirando del otro y, ¡plof!,
recibieron un buen remojón
y esto a ellos, mucho les divirtió.
Y alegres, reían y reían
porque levantarse no podían.
Mientras se iba alejando
el arroyo jocoso, se divertía.
Muy jocoso, sí señora.
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