En mi pueblo hubo una niña
muy jovencita y muy bella,
que no tenía más familia
que la buena de su abuela.
La lotera de la esquina
de la pequeña se apiadó,
y para darle trabajo
a vender décimos la envió.
El número de la suerte
cantaba con voz muy bella,
y los trinos de los pájaros
armonizaban con ella.
Y después de tanto caminar
en el parque, cansada se
sentó,
y allí, entre efluvios de
jazmín
la niña dormida se quedó.
Cuando despertó era tarde,
la lotera había cerrado,
por lo que no pudo entregar
los números que sobraron.
Y las perlas de sus lágrimas
al salón del cielo llegaron,
despertando al padre Dios.
¡y se realizó el milagro!
Aquella noche en el sorteo
salió el número premiado,
y resultó que era el mismo
que sin vender había
quedado.
Y la niña llena de gozo,
volando más que corriendo,
dio el número a la lotera
que se quedó sin aliento.
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