miércoles, 21 de noviembre de 2012

REFLEXIÓN





De noche, cuando cansada me acuesto,
 tengo compañía
dedos de suave terciopelo,
se deslizan por mi anatomía.
Es mi gata, que atenta vigila
la llegada puntual de un mosquito
que, asiduo, cruel e imperturbable,
me hiere con sus mordiscos.
Taimado y desvergonzado,
en la escena ya aparece,
dando vueltas alrededor
con esa su trompeta estridente.
Ya toca a combate
en dirección a estribor,
con lo que parece decirme
que el que avisa no es traidor.
En la oscuridad,
mi gata salta y certera acierta
y, de este ataque tan injusto,
yo reivindico mi inocencia.
Me pongo trascendental,
con razón yo medito,
qué me perjudica más,
si el zarpazo del felino
o la picadura del mosquito.
Y al final yo sigo sin saber
que puede ser lo peor,
si el fuerte ruido de la trompeta
o el ronroneo triunfador.





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