De noche, cuando cansada me acuesto,
tengo compañía
dedos de suave terciopelo,
se deslizan por mi anatomía.
Es mi gata, que atenta vigila
la llegada puntual de un mosquito
que, asiduo, cruel e imperturbable,
me hiere con sus mordiscos.
Taimado y desvergonzado,
en la escena ya aparece,
dando vueltas alrededor
con esa su trompeta estridente.
Ya toca a combate
en dirección a estribor,
con lo que parece decirme
que el que avisa no es traidor.
En la oscuridad,
mi gata salta y certera acierta
y, de este ataque tan injusto,
yo reivindico mi inocencia.
Me pongo trascendental,
con razón yo medito,
qué me perjudica más,
si el zarpazo del felino
o la picadura del mosquito.
Y al final yo sigo sin saber
que puede ser lo peor,
si el fuerte ruido de la trompeta
o el ronroneo triunfador.
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