Érase
una vez una mujer muy buena llamada Martina. Por toda fortuna, tenía una casa
muy pequeña con solo dos habitaciones, un dormitorio y un saloncito - cocina.
Pero su tesoro era un pequeño huerto con un frondoso peral, el cual se
desparramaba en generosa ofrenda de sus frutos, hasta tal punto, que todo el
que pasaba por allí se sentía impelido a probar aquellas exquisitas peras.
La pobre mujer se indignaba porque el
peral era su sustento, ya que vendía las peras para el pan de cada día y
lloraba amargamente cuando veía con impotencia, que algunos se llenaban los
bolsillos de sus frutos.
Las lágrimas de Martina llegaron al salón
del cielo y despertaron sentimientos de compasión en los miembros del consejo
celestial, que se encontraba reunido en aquel momento, para tratar de
solucionar los problemas de un mundo poco solidario que padece dolor y
soledad.
El Padre Dios, que lógicamente presidía
la reunión, dio su opinión al respecto y se acordó por unanimidad, que uno de
ellos bajaría a hablar con Martina.
Uno de los asistentes de aspecto
bondadoso y poder de convicción se desplazó
de inmediato a casa de Martina que, al verlo, se sintió consolada, en primer
lugar por que fue el único que no cogió peras y, en segundo, porque sintió un
no sé qué ante esta figura serena que emanaba paz y consuelo. Ante
su aparición cesó de llorar y acabó haciéndole confidencias sobre su situación.
El personaje en cuestión, reflexionó
con la mano puesta en la barbilla y se le ocurrieron dos posibles soluciones: una,
regalarle un perro inteligente y bueno que le diera compañía y que hiciera su
trabajo de ahuyentar a la gente, pero solo enseñando los dientes, porque en el
cielo está prohibido morder a nadie.
Otra solución sería cortar las ramas
bajas del peral y así, los ladrones tendrían que subirse en el árbol para coger las peras y allí recibirían una
sorpresa y un justo castigo, porque no es lo mismo alzar la mano y coger las
peras que están diciendo, ¡comedme! que la premeditación y alevosía que
conlleva el acto de subirse al árbol.
Y finalmente acordaron que optarían por
la segunda solución.
Con palabras de agradecimiento por parte
de Martina y la promesa de venir en su ayuda cuando esta lo necesitara,
se
despidieron y este fue el comienzo de lo que sería una larga amistad.
Aquella noche, Martina durmió
plácidamente y lo primero que oyó al despertar fue un extraño ruido que venía
del peral. Resultaron ser los
sonidos lastimeros de los visitantes, que
después de subirse al peral y, cuando ya
terminado su desayuno, se disponían a bajarse, algo extraño se lo impedía, con
el consiguiente descalabro que esto suponía en sus vidas, o al menos eso era lo
que ellos decían gimiendo.
Este sencillo acto de subirse a un árbol para comerse unas peras tuvo
una gran repercusión social. La alarma
cundió y las autoridades tuvieron que tomar medidas con carácter de urgencia,
ante el problema que se les avecinaba.
Era la mayor catástrofe registrada a
nivel cósmico de todos los tiempos, por
las grandes repercusiones que trajo a la historia.
Resulta que la señora muerte, había
venido a realizar su trabajo visitando a Martina. Ignorando lo que ocurría,
cayó en la tentación de la gula, subiéndose a coger una pera que desde arriba
le sonreía .Como era muy ágil porque
estaba creada para escalar montañas y hacer su trabajo por aire mar y tierra,
pudo subir hasta donde los pájaros volaban.
Martina contemplaba a la muerte desde abajo llena de
alegría, pensando en lo que sería para el mundo la ausencia de su trabajo. Ella intentó
decírselo, como también la misión que le había traído hasta allí, llevársela a
ella, suplicándole que le ayudara a bajar, pero Martina, haciéndole un feo
corte de mangas, le contestó: ¿morir yo? ¡sería la última cosa que yo haría! y
con un gesto olímpico se fue alejando contoneándose con pasos de baile muy
contenta y agradecida al cielo por el cambio que en el mundo se había
producido.
Después, empezó su marcha triunfal: con un
homenaje a nivel mundial como jamás se ha hecho otro. Fue galardonada con una
estatuilla que era una pera de oro Y fue aclamada como el personaje más
importante de la historia de la humanidad.
Pasaron los años: La gente ya no tenía miedo a la muerte, pero temía a la decrepitud, envejecía y se hacía preguntas sobre el misterio de la muerte.
Se sintieron imperecederos, encerrados
en unos cuerpos sin presente ni futuro y acabaron pidiendo a la muerte que los
liberara,
Martina, que se sentía responsable y además
deseaba la muerte, porque ya no podía más con sus achaques, pidió
telepáticamente a su antiguo amigo la
ayuda que le prometió en su primera visita.
Otra vez se volvió a reunir el consejo
celestial, con carácter de urgencia, para dar solución al problema que Martina
presentaba en su presente petición.
Y así fue, como la muerte,
interrumpidas sus funciones durante años, cuando cometió el error de subirse al
peral, fue restituida a su antiguo cargo. Así, que, como nunca es tarde si la
dicha es buena, Martina fue liberada,
siendo conducida a una realidad luminosa y alegre que forma parte de un
todo en la unidad del misterio.
La humanidad aprendió y comprendió
que la naturaleza es perfecta. Solo hay que mejorarla respetando la propiedad
privada, sin comerse las peras ajenas.